Historias de amor (y apocalipsis)

El Butano Popular

Carne cruda, speed y petazetas

Tocan el timbre de casa. En realidad oigo un ruido sordo, el sonido del propio botón al ser presionado por una mano insistente. Muy insistente. Desde que vivo en este piso alquilado a conciencia la alarma no funciona, y yo encantado, así se evitan visitas inesperadas. No pienso arreglarlo, ¿para qué? La llave del buzón tampoco. La puertita no se abre y llevo lustros cogiendo las cartas introduciendo mi mano por la abertura como un pésimo ladronzuelo de vecindario, en un acto furtivo que tiene su punto (y su dolor). Uno se acostumbra a ciertas cosas sin querer. Es lo que tiene lo doméstico. Bombillas fundidas cual cadáveres de cristal, cables a punto de morir chisporroteando, grifos que gotean más de la cuenta, pelusas criadas en el ombligo de Godzilla, grietas decimonónicas en la pared, el puto gotelé desmarcando estilo, heridas en la piel… Esta vez me da por abrir la puerta, aparcando a un lado mi misantropía. La música aún no brama, un día entre semana, por la mañana, nada ha silenciado la torpe llamada, y he despertado con ganas de humanidad. Con los dos pies a la vez. No es habitual, vamos a aprovechar el festival.

Tras el umbral, aparece un enano ardiendo. Lo que leen. Un ser contrahecho envuelto en llamas. Habla en un dialecto que no entiendo, como si no pasara nada. Nada grave. El fuego le acaricia las nalgas, o algo parecido, quizás los pezones enhiestos, porque a veces ríe y se rasca las partes nobles muy a gusto. No entiendo lo que dice y no pienso acercarme a escuchar su discurso incendiario. Me da un sobre metálico, cubierto de ceniza. Nunca había visto un objeto semejante, con extraños jeroglíficos que parecen escritos con faltas de ortografía. No entiendo por qué pienso eso si no sé lo que dicen, si no soy capaz de leer nada. Cierro la puerta e intento abrir la carta con una curiosidad inusitada. Imposible. Descubro que en mi mano derecha hay un sello borroso, algo estampado con mala idea, con tinta magenta. ¿Anoche acabé en alguna discoteca de extrarradio? El dibujo de la marca coincide con las inscripciones imposibles de la cédula donada por el pequeño visitante imprevisto adicto a la combustión espontánea. Por fin abro la misiva, con los dientes al ataque, y leo del tirón: “Sobrevalorados terrícolas, he decidido exterminaros. Me he levantado de la siesta cósmica en mi 1.427 cumpleaños y no me caéis bien. Es una cuestión de concepto. ¿Entendéis? Concepto“. Y ya está. El ideólogo que ha perpetrado semejante diatriba apocalíptica, tan trivial como inane, está a por uvas. Mi cerebro ni se inmuta, de hecho ha traducido la sopa de letras alienígena sin esfuerzo.

La acción despierta imágenes juguetonas en mi córtex. Anoche devoré sin guarnición un anuncio de teletienda donde vendían una sonda anal, diseñada por una secta extraterrestre. La oferta era un 2 × 1 y regalaban unas vacaciones en la cocina de un McDonalds. Creo que el teléfono se petó con tantas llamadas, una demanda bestial. No se pudo tramitar ninguna venta y millones de españoles sufren en silencio ante tamaña ofensa. Algunos ni han ido hoy a trabajar. Menuda depresión. Yo, en cambio, he comido carne cruda para desayunar y estoy tan campante. De hecho, empiezo a acordarme de todo, de que llegué a casa en un salto espacio-temporal y encendí la caja tonta a horas intempestivas puesto de speed hasta las cejas, tumbado en la cama, con un sándwich deconstruido de chopped entre las manos. Por eso hay molestas migas de pan, de ese que anuncia Punset, entre las sábanas. Creo que me empleé a fondo con la ouija para combatir el insomnio. El tablero yace en el suelo del dormitorio sepultado por toneladas de kleenex usados. Sangre, chicle y chocolate. Las puertas de la percepción abiertas. Al otro lado, una realidad fatua con sabor a petazetas.

Ni Lovecraft en su peores pesadillas imaginó el horror que se manifestó anoche en mi habitación: un funcionario del Catastro contando chistes de Arévalo mientras agitaba en sus manos un gintónic de pepino, vestido con una camiseta de esas de despedida de soltero con un fotomontaje imposible hecho con el paint sin haber aprobado el curso por correspondencia. Una estampa de terror absoluto. Voy recordando todo, lo bueno y lo malo. El resacón de metanfetamina me hace pensar en sexo ante mortem. Hubo una época en la que me follaba pijas vengándome de mi pasado, meándome sobre aquellos maravillosos años de instituto donde quería hacer un cóctel molotov con mis tripas y esparcir mi odio por el patio después de zamparme en el recreo una palmera de chocolate blanco. La bollería industrial es muy peligrosa. Por su culpa, las niñas que mean colonia están abonadas a la dieta Dukan. Toman proteínas. Carne y lefa. Les hablas de meterla en caliente y citan la palabra hipoteca. El inseminador que las insemine, buen inseminador será. Un semental de rabo discreto que les limpie el culo cuando caguen agua sucia y el botox no dé para más. Por ahí andan, dándole a las Flores de Bach, comiendo pastillas de nombre impronunciable, fantaseando con un mundo mejor donde no exista la sodomía galopante. Tu boca sabe a polla es lo más bonito que les han dicho nunca. En francés, eso sí. El príncipe azul de cantimploras vacías y calzones de trasgo. Decadente como un parque de atracciones en temporada baja.

Mamada grupal, bukkake hormonal. Porno de manual, catártico, eso les daba. Violencia carnal. Molaría montar un casting de coños en Facebook, un evento censurable por los bienpensantes en tiempos de horror de izquierdas. En Tuenti no, no queremos líos. Se me va la pinza y se cae la ropa. No sé cuántos pelos de mujer hay en mi casa, lo cuál quiere decir que tengo un problema, de limpieza, física y mental. Me he perdido, y todo por asesinar a boinazos a un banquero. Quiero sushi, toneladas de atún rojo muerto sobre arroz manipulado. Me han dicho que es un buen antídoto contra la cópula maldita, para aliviar el priapismo y la pérdida de cabello. Pido la cuenta en un restaurante oriental subterráneo elegido a boleo, una vez fulminado el atracón de pescado inerte de diseño, y lo hago dibujando en el aire una verga gorda con el dedo. Cuanto mejor me atienden, más grande es el cimbrel.

Cuando eres niño, tu trabajo es jugar, y jugar sigue siendo mi trabajo. Jugar con las palabras, con el lápiz, con las imágenes, los textos… Me voy de after a un Stradivarius, al fin y al cabo yo he venido a este mundo a pasarlo bien. Cuando suene la alarma a la entrada de la tienda, confesaré que es debido al alargador de pene de saldo que llevo encima, poco discreto. Otra mentira. Carne cruda, speed y petazetas, la receta ideal para elevar la conciencia. ¿Acaso no han soñado nunca con comerse un bebé vivo? Morder sus brazos rechonchos y suspirar. De nuevo suena un timbre sin sonido.

Borja Crespo

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