Creaciones Madrid

El Butano Popular

Grandes Almacenes 2

El pequeño comercio está en vías de extinción. El despacho de alimentos, la tienda de dimensiones reducidas, el dueño vestido con bata, decorado el local de forma pintoresca todo ello ha quedado, en el mejor de los casos, como ruta para turistas y curiosos de esta manía que le ha dado a la gente por la cosa retro. Sin embargo, proliferan los negocios de lo que podríamos llamar “El ultramarino postmoderno“, ese establecimiento con ciudadanos orientales que recuerda muchísimo al colmado del siglo XIX, si no en las mercancías, al menos en las condiciones de trabajo de sus dueños-empleados: horarios ininterrumpidos, abierto todos los días, viven, comen y duermen dentro del local…

Desaparece la tienda moderna, pero vuelven unas relaciones sociales muy vintage. La pena es que en vez de despachar bolsas de Risketos, pan semicongelado y litros de cerveza, no vendan venenos de escorpión y soluciones medicinales entre cazuelas hirviendo. Sin embargo, el vecino de la capital, que ya de por sí tiene mucha querencia a la discusión exaltada, monta en cólera cuando le hablan de estos negocios de la “amenaza amarilla“, porque dice que quita trabajo al honrado comerciante madrileño, al no poder competir en privilegios fiscales, permisos y condiciones de trabajo. Al margen de los delicados factores de la política internacional, no entiende el paisano que la jornada de ocho horas y el contrato laboral son cosas del pasado, totalmente out, demodé, superadas por otro pasado aún más grande y mejor.

Como a finales del XIX, también está más en boga que nunca la venta ambulante, y no precisamente en los pueblos. En Madrid hay un día a la semana en el que se planta un mercadillo en cada barrio. A mí, por ejemplo, me tocan dos por proximidad, el del jueves de Elíptica y el del sábado de Aluche, que yo pensaba que eran ventas diferentes, pero resulta que no, que son las mismas personas, las de los packs de cuatro enchufes, los de los doce pares de calcetines y los dos bikinis a precio de uno última moda, así como los fruteros con sus ofertas de tres kilos y medio de naranjas, con precios que oscilan 50 céntimos y un euro arriba o abajo, según se dé el trapi en Mercamadrid, supongo, que para que te rente la compra te tienes que llevar un carro para alimentar a quince personas aproximadamente. Se vende de todo y revuelto, y hasta existen mercadillos de diferentes categorías. En las zonas nobles de la capital tienen zocos de primera, en los que las falsificaciones de ropa están mejor conseguidas, incluso te pueden conseguir objetos originales robados a un precio muy atractivo. Tal es así, que una multitud de personas con avaricia por la marca y el complemento hortera abarrotan los mercadillos de Pozuelo y Majadahonda. Una amiga se presentó hace poco con un modelo de supuesta primera marca ambulante que, por un momento, yo pensé que lo habían traído del atrezzo de Little Britain.

Lo que falta para redondear este paisaje matritense de mercado al aire libre y feria multicultural son los vendedores de Don Nicanor tocando el tambor. No sólo en las fiestas patronales, sino en todos los eventos. Solo habría que poner la sintonía adecuada al muñeco: el himno de tu partido político, el de tu equipo de fútbol, un Suspiros de España, o la sintonía del móvil con ritmo de tambor de plástico. Me extraña que no se le haya ocurrido todavía a ningún artista de la capital deconstruir a Nicanor y ponerle la cabeza, es un suponer, de Lady Gaga o los políticos de la tele.

Grace Morales

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