Radio de calado

El Butano Popular

¡Viva la policía!

En el horizonte, al fondo de todo, veo una nube roja, pero no le doy más importancia. 

Por la noche, estoy leyendo en la cama cuando, de golpe, me quedo a oscuras. ”Se ha ido la luz“, —le digo a mi novia, que duerme a mi lado y por lo tanto no puede escucharme. Ella se pone de lado.

Durante unos segundos, me quedo con el libro en las manos, a oscuras, y pienso en cómo un suceso tan pequeño, un simple apagón, podría llegar a afectarme. En la calle oigo las risas de dos o tres personas, golpeando una persiana metálica. Enseguida me imagino que el apagón no ha sido casual, sino que forma parte de un plan de ataque preestablecido. ¿O no se trata de una imaginación? Alguien ha cortado la luz. Pretenden desvalijarnos, o quizás algo peor. En vez de calmarme, enseguida me imagino a un grupo de extranjeros cortando los cables del poste de la luz. Luego, tiran abajo la puerta del bloque y suben por las escaleras. Son más de cien negros, pisando fuerte. Vienen de África. Están hartos de aguantar la tomadura de pelo y vienen a coger lo que es suyo, es decir, lo nuestro. Llevan metralletas, no hablan entre ellos, se dividen en grupos y derriban con un martillo las puertas de nuestras casas. Antes de que pueda reaccionar, entran en el dormitorio. Yo sigo con el libro en las manos. A mi lado, mi novia sigue dormida. “¡Los negros ya están aquí!“, grito, interiormente. Han venido a invadirnos. Nos sacan de la cama por los pelos, nos pegan con un martillo, violan a mi novia entre varios, registran la casa en busca de objetos de valor, pero sólo encuentran libros, y como no saben leer en castellano ni en ningún otro idioma (se comunican a través de percusiones y frases de hip hop) se enfadan muchísimo y me pegan aún más con el martillo. “Fuck the police!“, les oigo chillarme, a la vez que me tapo la cara. Vestido únicamente con una camiseta y la ropa interior intento calmarlos, pero no me escuchan. Sangro por todas partes. Veo mis dientes, a trocitos, esparcidos por el suelo, entre charcos. La situación es absurda. Hace rato que no veo a mi  novia, ¿dónde está? ¿Adónde la han llevado? A fuerza de martillazos, me han roto la mandíbula. Noto ya todos los dientes sueltos, pasando de un lado a otro de mi boca. Los escupo. Caen al suelo. Los miro. Qué barbaridad. ¿Qué necesidad había de llegar a esto? No era necesario. “Tenéis todo mi apoyo“, les digo. “¡Yo escucho a James Brown!“, grito, pero siguen sin entenderme. Hartos de oírme farfullar algo ininteligible, uno de ellos me pone un pie en el cuello y me apunta con la metralleta. Decido quedarme en silencio, hasta nueva orden. Unos minutos después, entra el cabecilla, vestido de militar y con una boina roja. Miro a mi alrededor. Han destrozado la casa. Entre dos me bajan a la calle y me suben a una furgoneta llena de hombres blancos, apalizados como yo, todos con alguna parte del pijama puesta, despeinados y sin dientes, o con los ojos morados. La furgoneta no tiene ventanas, así que no puedo saber a dónde nos llevan. De pronto, de vuelta a la cama, todavía a oscuras, en la comodidad de mi hogar, pienso: “¡Suerte que todo esto no es verdad!“, y mientras me estiro de lado, y le paso la mano a mi novia por debajo de la parte de arriba del pijama, me doy cuenta de la suerte que tengo de ser blanco. ¡Hasta hoy no me había dado cuenta, lo juro! ¡Viva la policía marítima! ¡Están con nosotros! ¡Trabajan para mí!  

Carlo Padial

El Butano Popular © 2012

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