El Butano Popular

Librepensamiento y explicaciones

Churros

Carlo Padial Radio de calado— 25-02-2011

Cerca de mi casa hay una churrería. La mayor parte del tiempo está cerrada. Todavía no he podido probar sus churros, ni verle la cara al dueño, pero me consta que la churrería continúa en funcionamiento, aunque nunca esté abierta. A veces paso por delante con aire despreocupado. Al hacerlo, intento adivinar cuál es exactamente la situación del negocio. La persiana está bajada, pero no hay ningún cartel que anuncie un posible traspaso; tampoco hay una nota donde se ofrezca algún tipo de explicación, o una excusa que justifique la ausencia del churrero. Tengo la intencion de descubrir lo que pasa. ¿Por qué? No lo sé. Ni siquiera me gustan los churros, pero me encantan los pequeños misterios, y mi barrio está lleno de ellos.

Lo interesante del caso es que la churrería solo abre durante un breve espacio de tiempo, lo he comprobado. Pasas por allí y está abierta. Pasas diez minutos más tarde y ya está cerrada. Hace unos meses, vi en la televisión local un reportaje sobre esta misma churrería. Por lo visto, es una de las más famosas de Barcelona. O al menos eso dijeron en el reportaje, en el que el churrero concedía una entrevista en profundidad sobre su trabajo, la historia de la churrería, cómo fue fundada por su abuelo, la técnica del churrero, sus inquietudes al margen de la profesión, etc.

Unos minutos después de ver el reportaje, motivado por la publicidad indirecta, bajo a la churreria y, como es de esperar, me la encuentro cerrada. Es curioso, pero el hecho de que la churrería esquive a sus clientes ha conseguido que me entren unas ganas terribles, locas, de comer churros. Quiero churros, quiero grasa en mi boca. Me podría pasar todo el dia comiendo churros, podría basar mi alimentación en esa pasta frita, pero, ¿cómo voy a hacerlo, si la churreria siempre está cerrada? Por culpa de esta imposibilidad de coincidir con la churrería, me he acostumbrado a comprar los paquetes de churros congelados que venden en el supermercado, pero no es lo mismo. No saben a nada. Parecen empanadillas sin relleno. Y yo quiero churros. Necesito comer churros casi tanto como necesito saber qué coño pasa con esa puta churrería, así que he empezado a espiar al churrero. Despues de unas cuantas semanas infructuosas, en las que me harté de montar guardia detrás de un arbusto, he llegado a descubrir bastantes cosas sobre la churrería y sobre su propietario, el churrero. Mi principal hallazgo es que, en su tiempo libre, el churrero permanece dentro de la churrería. Creo que vive allí dentro, lo que no deja de ser un hábito extraño (y poco higiénico), porque la churrería no es más que una especie de quiosco de hojalata de tres metros cuadrados situado en plena calle. Un día, tomo la decisión de llamar a la puerta que tiene en la parte trasera:

—Abra la puerta —le digo, aporreando como si fuera un policía—. Sé que está usted ahí. Abra la puerta.
—Dejadme en paz —dice el churrero, con una voz de ultratumba.
—Por favor, abra. Quiero churros.
—No hay churros. Se acabó.
—¿Por qué?
—Estoy harto. No puedo seguir soportando la presión.
—¿Qué presion?

A continuación, sube la persiana medio palmo, no más, y por la rendija, a oscuras, me explica que nadie puede entender lo que cuesta levantarse cada dia a las seis de la mañana, hacer la pasta, meterlos en la máquina, cortarlos, freírlos, subir la persiana, resistir el frío, la lluvia, el sol… Encima, te piden que los churros sean siempre iguales. Si un día los churros no salen igual de buenos, o te salen más largos de lo normal (lo que puede pasar y, de hecho, pasa todos los días), los clientes te acribillan a preguntas, se enfadan, te crujen a indirectas, te tiran piedras, y lo que es peor: te marginan, dejan de ir a la churreria, te desprecian… “Los churreros tambien somos humanos“, me dice. “No podemos estar siempre ahí. Sufrimos unos horarios espantosos. La gente sólo quiere comer churros a horas extrañisimas. A primera hora de la mañana, o de madrugada, cuando salen de la discoteca. ¿Por qué?“, se pregunta el churrero. “Por otra parte, uno llega a odiar a sus clientes. El churro es un producto que destruye al que lo fabrica. No puedo soportarlo más, estoy en las últimas. Esa frase de ‘estás más quemado que el palo de un churrero es cierta’. La vida del churrero es indigna. Necesito descansar… Tengo sueño. Tengo mucho sueño“, añade, y luego baja la persiana, quedándose dentro, carraspeando compulsivamente.

Desde entonces, hace tiempo que no paso por allí. No quisiera molestar al churrero.

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