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El Butano Popular

Ombliguismo viajero

Odio a la gente que no para de viajar, es la típica gente que va de guays, pero completamente subnormal. De cada cien personas que conozco, puedo decir que han estado en Asia o América Latina al menos setenta. En cambio, apenas si hay dos o tres que no sean idiotas. Hay muchas razones que expliquen este fenómeno: la principal es que la mayoría de gente es estúpida. Y viajar no va a solucionarlo. Más bien al contrario. ¿De dónde ha salido esa idea de que viajar instruye y ensancha horizontes? Al idiota viajero no le intimidan la inmensidad del mundo o la incertidumbre, al contrario. Le refuerzan en sus convicciones de descerebrado aventurero, de hedonista infecto. Su filosofía de vida consiste en liarse la manta a la cabeza y tirarse al montecillo internacional con el primer vuelo. Al regresar del viaje, siempre completamente transformados por la experiencia vital, sus comentarios sobre el país visitado producen vergüenza ajena. Están llenos de tópicos y conclusiones incomprensibles. Son como zombies extrovertidos, afectados por una especie de mal de San Vito intercontinental. No pueden estarse quietos, tienen que moverse, pisotear el mundo, dejar su huella narcisista. Esa gente me desespera, me saca de quicio. Viajar no se debe hacer más que con un propósito: el de asesinar a otros viajeros. Si yo me dedicara a viajar como ellos, los esperaría a la salida de los principales aeropuertos del mundo con un cuchillo de cocina, escondido en una esquina, y los apuñalaría en el cuello y en el pecho uno a uno a medida que fueran saliendo; acabaría a puñaladas con su puta sonrisa de sabelotodos, con sus bermudas, sus sandalias y su ilimitado ombliguismo viajero. Además, tendría a un fotógrafo local apostado a unos metros del apuñalamiento, detrás de un coche, que capturaría el momento preciso, justo el instante previo a que el cuchillo entrara en contacto con su cuerpo, retratando su expresión de pánico, la sorpresa, la broma asesina, y les enviaría la foto por email, de forma totalmente gratuita, para que pudieran colgarla en el puto Facebook de los cojones. Estoy convencido de que en muchos países se admite el apuñalamiento de extranjeros imbéciles. Probablemente, incluso me lo agradecerían erigiéndome una estatua muy realista, blandiendo el puñal ensangrentado ante otra figura en bronce, la de un gran viajero dispuesto a todo, en busca de nuevas experiencias, cruzando los brazos sobre su cabeza aterrorizada.

Carlo Padial

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