Hace tiempo que vengo al taller y no sé a lo que vengo

El Butano Popular

Soldadito español

Respecto a lo de esta noche: si me dices que quedamos en tu casa y me das las señas y en un papel dibujas lo que parece un corazón y luego unas estrellas a su alrededor y dentro del corazón escribes una fecha y una hora, siendo esa fecha y esa hora el instante exacto en el que se supone que yo, joven nacional de transparentes intenciones, voy a aparecer en el umbral de tu puerta hecho un San Luis, y me das ese papel con una sonrisita; si haces todo eso, Beatriz, lo último que se me pasa por la cabeza es que voy a permanecer ahí, en el umbral tuyo, el de tu casa, ese umbral que para mí, viéndome tan próximo a la meta, va a ser como el umbral de tu coño; quieto, sin avanzar, y que no sólo no voy a cruzarlo sino que además voy a tener que deshacer mis pasos para deambular como un espectro con tu sombra durante casi dos horas por unas calles eternas, larguísimas, imposibles en fin, en una huida del Paraíso durante la cual vas a proceder a relatar qué es lo que más te gusta de tu trabajo y cuáles son las ciudades que más ganas tienes de visitar antes de cumplir los cuarenta. ¿Era éste tu plan cuando me dibujaste aquello? No es posible. El nuestro ha sido un encuentro hecatómbico, cataclísmico, de vuelta y vuelta. No me has hecho nada feliz cuando has revelado tus intenciones de “disfrutar de una rica pizza en el italiano ese que es tan bueno”, como si te refirieses a una persona y no a un lugar. Me has desarmado, te odio. Una mujer tan leída como tú, que te he visto con unos libros tremendos en los descansos, tan contenta, tan lista, con esas gafas gordas azules y esas carnes de pensadora, que si te has puesto como te has puesto ha sido a base de pensar duro. Estás gorda de pensar. “Convendrás conmigo“ —como tanto te gusta decir— en que he hablado poco durante la cena; quiero que sepas que ha sido porque estaba sumido en un abismo de tristeza por culpa tuya y de las servilletas de papel de tu restorán favourite. A pesar de todas las veces que asentía con calma dando a entender que aceptaba tu discurso enloquecido, yo lo veía todo rojo. Cuando le has soplado al camarero que “frutti di mare“, no sé, escúchame, léeme, podría haberte matado con ese cuchillo para niños arrebatados, ese cuchillito inofensivo, no nato, jamás afilado, te lo habría clavado lento y bien hondo, todo lo que pudiera, te habría atravesado con él aunque hubiera estado hecho de plastilina. Qué te parece. Quiero acabarte sin haberte empezado, pero así es el amor, estaremos de acuerdo. Espero que comprendas el sentido que ocultan mis palabras, Beatriz, yo te quiero, no tengo miedo de reconocerlo, mañana nos volveremos a ver en el trabajo y lo único que deseo es que nos comportemos como adultos. Somos adultos, Beatriz. Cuando nos hemos sentado en los escalones de la plaza de San Juan de la Cruz he estado a punto de decírtelo: “Beatriz, somos adultos, por favor“, no sé, “vayamos a follar a los setos del Museo de Ciencias Naturales, somos adultos, lograremos llevarlo a cabo“, pero justo ha coincidido con la aparición de los patinadores. Eran malvados, llevaban coderas de colores. Y bajando ellos de Nuevos Ministerios nos han atravesado fortísimo por todas partes, tú y yo quietos como lagartos. Uno incluso ha saltado el tramo de escalones de una tacada pasando entre nosotros, subrayando todo lo que cabe en nuestros vacíos, Beatriz, tuyos y míos, ya no sé qué pensar. Estamos a un patinador de distancia, Beatriz, digo yo que será para bien. Me gustaría explicarte a cuento de qué te mando esto, pero no lo tengo claro. Creo que lo esencial, lo más apropiado que puedo decirte en mi situación, viendo la herida que has abierto en mí, es que todo lo que nos queda es movimiento irregular y continuo, sin dirección y sin objeto. Que ya sé dónde vives y que también sé que hay muchos peces en la pecera. Que a mí me da igual, pero que si a ti te hace pues podemos repetir, porque ahora ya me conocerás mejor y sabrás que conmigo no te iría nada mal, Beatriz.

Te iría muy bien.

Jorge de Cascante

El Butano Popular © 2010

Staff |

Logotipo de Javier Olivares | Grafismo Glòria Langreo