El Butano Popular

Librepensamiento y explicaciones

El Papa (segunda parte)

Miguel Noguera Cortado gigante— 14-01-2011

Ey, ¡cuánto tiempo desde la última vez!, ¿cómo estáis?, ¿cómo os va? En fin, me es imposible oír vuestra respuesta, pero no importa; ¿os acordáis de lo del Papa? Me refiero a los que leéis mi sección, ¿os acordáis de que escribí sobre la visita del Papa a Barcelona para consagrar la Sagrada Familia? Pues bien, he podido adquirir los deuvedés que regaló el periódico La Vanguardia en los que se recoge la visita del pontífice. Los compré en un quiosco-tienda donde venden ediciones atrasadas de La Vanguardia. Me puse súper contento al salir de la tienda con los deuvedés; sólo me costaron 2.50€. Incluso me mareé un poco, ¡eran tan baratos y ocupaban tan poco espacio que tuve que sentarme en un banco con la cabeza entre las piernas!

Joder, no voy a hacer una crónica sensata de lo que he visto en los deuvedés, eso no se me daría muy bien. Pero sí tengo un par de mierdecitas que surgieron durante el visionado y que me apetecería exponer aquí. Son ocurrencias, chaladuras deliciosas, ya veréis (se vende a sí mismo que da asco).

Bueno, la Sagrada Familia está en obras, no la han acabado, pero ya estaba lo suficientemente avanzada como para consagrarla. La han tenido que arreglar mucho para la ceremonia, hasta hace poco estaba todo manga por hombro, había hormigoneras y camiones dentro de la nave. Han desmontado los andamios y han encerado el suelo, la han dejado muy limpia, con toda esa piedra nueva, muy blanca; todo ese techo complejísimo sin telarañas. Pero se han dejado un detalle, un clavo oxidado largo como una algarroba sobresale del marco de la puerta principal. Un puto clavo lleno de tétanos que ha burlado todos los controles imaginables, todos los supervisores de protocolo, los millares de miradas. Hasta que el Papa —¡el Papa!— se ha enganchado muy fuerte en ese hierro de mierda al hacer su entrada en el templo. Mira que camina lento y resguardado, pero ha tenido que ser él el primero en toparse con ese clavo cobarde y lacerarse el brazo como un chavalillo. La túnica rasgadísima, el pezón al aire. Conmoción. Algún obispo desesperado intentando explicar lo de las obras mientras se llevan al Papa a vacunar, la palabra albañil traducida al latín, una chaqueta de ante hecha un ovillo para taponar la herida. Ha sido un approach pésimo. Un clavo de obra bien hermoso, una algarroba oxidada, penetrando el cuerpo del Santo Padre en la misma puerta. “Empezamos bien, señor Gaudí“, piensa el Papa, “Sagrada Familia 1, Benedicto 0“; el muy majadero lo vive todo como un match. Se pasa el día inventando marcadores de sí mismo contra el mundo.

El Papa regresa dos horas más tarde, no se da por vencido y vuelve a intentar montar en la mula. El clavo ha sido arrancado con rabia por unos seminaristas. El Papa entra en el templo de muy mal humor; ya lo han picado.

Había un extraño trasiego durante la ceremonia. Se percibía una crispación ordenada. En los barridos que hacía la cámara grúa por el templo siempre podías ver a algún señor de la organización moviéndose entre líneas, avanzando entre hileras de feligreses sentados. Incluso pude ver a uno de esos señores que perseguía a otro miembro de la organización, siempre a paso moderado, para por fin alcanzarlo y comunicarle de forma amenazante que cambiara el sentido de la marcha y regresara al punto de partida con él. A veces daba la impresión de que simplemente se dirigían a la pared opuesta del templo, como lemmings. No escuchaban el discurso del Papa en absoluto, ni siquiera creo que estuvieran allí por él. Sólo se ocupaban de trazar esos misteriosos itinerarios entre el público. Incluso vi a uno muy alpino, remontando las gradas del coro en unos balcones altísimos, un cabra loca que escalaba posiciones entre los cantores. Pero arriba del todo sólo le esperaba una pared lisa.

Con tanto movimiento no me hubiera extrañado que el mismo Papa abandonase su cátedra 1 e iniciase un passacaglia 2 solitario entre el público asistente, que no le daría la menor importancia y seguiría pendiente del altar. El Papa abandonando el templo durante la ceremonia para ir a los lavabos de un bar cercano, tomarse un agua en la barra y comentarle al camarero que la Sagrada Familia es un toro difícil de lidiar. Esa escena cómica del break en medio de una faena titánica. Como el médico que sale sudando del paritorio, le da un trago a una petaca y vuelve a entrar (porque dentro están pariendo una especie de monstruo). El amante exhausto que intenta huir pero es arrastrado de nuevo al interior de la habitación por una marquesa muy gorda. Esos kit-kat de machito desbordado ante un magma femenino. Ese chiste tan feo para hombres.

Me pareció que los fieles escuchaban las palabras del Papa muy bien sentados. En misa uno se sienta con propiedad; se favorece el ángulo recto: la espalda pegada al respaldo, las piernas paralelas, las plantas de los pies en contacto pleno con el suelo, y las manos reposando una sobre cada muslo. Un buen parroquiano emite una señal clara e inequívoca: “Estoy sentado escuchando“. Está en paz recibiendo buenas palabras, en un ligero trance de pureza. Pero quizás también estaría bien que la gente se mostrara ansiosa en misa, que siguieran el sermón algo desesperados, inclinados sobre el respaldo delantero, con esos microrrebotes de pierna tan característicos, fumando mucho. Algunos dando vueltas al fondo de la iglesia. Como si dijeran: “Venga tío, dame respuestas, estoy quemado, joder“. Que la cosa fuera urgente: “Vamos Papa, estoy con el agua al cuello, si no me das lo que busco, me largo“. O el caso opuesto, poses muy laxas de encanto bohemio, poses de porro; los brazos echados hacia atrás colgando del respaldo, cabezas caídas y sonrisas soñadoras. Como cuando los alumnos de Fama ven bailar al maestro: “Tus palabras me hacen volar, ¡qué bueno eres, hijo de puta!“. Gente recostada en el suelo, la escuela de Atenas. Eso también sería bonito ¿no?

Voy a terminar con un cura calvo que en un momento dado se acercó al atril llevando en alto 3 una Biblia metálica, una Biblia reforzada. La abrió y cantó un pasaje. De verdad, qué gracia me hizo aquel pasaje cantado. Trataba de un tipo bajo de estatura que se subía a una higuera para poder distinguir a Cristo entre la multitud, en fin, no os voy a contar toda la historia, pero cantada así como la cantan los curas tenía mucha gracia. La gente se lo tomó muy en serio. No hubo ni una puta risa con la historia del enano, claro. No iban a reírse.

Cuando el calvo volvió a sentarse, el Papa soltó otra parrafada. ¿Os podéis creer que el calvo seguía leyendo la Biblia para sí mientras el Papa hablaba? Sudaba del líder, estaba obsesionado con su libro. “Soy el calvo de la Biblia de plata, la leo a todas horas; la prefiero mil veces al discurso del Papa. Todos me consideran un freak entrañable. Poder leer mi Biblia mientras oía el rumor de fondo de la voz del Papa ha sido una delicia“ Eso que hizo el calvo fue un pecadito, ¿no? No creo que sea correcto leer la Biblia mientras el Papa te está hablando. ¿O sí? Quizás sea lo único que te esté permitido hacer si decides no escucharlo. Puedes desconectarte de su perorata para dejarte arrastrar por el río silencioso de tu Biblia de bolsillo.

Bueno, ya está. Ha sido grato escribir sobre esta visita papal. Han quedado algunas mierdecitas en el tintero, pero no eran reseñables o eran demasiado farragosas. Me las quedo para mí, no os preocupéis. Me quedo con esos curas raros y esos demonios demasiado difíciles.

1 Sí, los comentaristas llamaban cátedra al asiento del Papa, no falco. Era un trono sobrio, con un respaldo rectangular de madera muy alargado en el que sólo se distinguía un pequeño motivo: el relieve de un pájaro blanco cayendo en picado. Seguro que ese pájaro simboliza algo bueno para el Papa, no me jodáis. Aunque esté cayendo en barrena sobre él, aunque parezca estar atacando, sólo puede significar algo positivo. No es posible que hayan colocado un símbolo amenazante sobre la cabeza del Papa. Otro clavo oxidado no, Gaudí, por Dios.
2 Otra palabra amada, como Cagliostro, pero en este caso encaja más o menos en la narración. Por lo visto, un Passacaglia es una forma musical barroca nacida de la música del pasacalles. No he hecho un uso tan aberrante: Pasacalles ya es un “pasar por la calle haciendo un poco de fiesta“ y de allí llegamos al Papa muy serio, pasando por los pasillos de gente para ir al lavabo. Vamos, esta bola no lleva tanto efecto.
3 El tipo llegó agarrando la Biblia con ambas manos a la altura de la cabeza, la puso sobre el atril, leyó, y se marchó del mismo modo, sosteniendo la Biblia por delante de su cara como un bobo, como si dijera: “Atención, dejad lo que estéis haciendo, que viene la Biblia, ¡que viene el rompehielos!, ¡paso a la Biblia que es lo más importante que hay!“ ¡A que te quito la Biblia, gilipollas!, ¡a que te la escondo!

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