Historias de amor (y apocalipsis)

El Butano Popular

Copiotas y edulcorados

Recuerdo un día departir con el insigne Jesús Palacios, gran conversador, delante de un chuletón de carne argentina bien sangrante, cuasi cruda, sobre lo divino y lo humano, lo satánico y lo animal. Entre otros temas hablamos, evidentemente, de cine, de ese cine que nos gusta, que nos agarra por el cuello, nos agita el cerebro (y las gónadas) y echamos de menos, especialmente en la cinematografía patria. “Si Peckinpah levantara la cabeza“ es la frase que resumía en ese momento el estado de las cosas en el inframundo del celuloide para dos juntaletras cansados de medianías y más de lo de siempre (y encima sin gracia). Una situación que no ha cambiado apenas, y, si lo ha hecho, ha sido a peor. Dos gruñones pasados de rosca, con ganas de sorprenderse como antaño con alguna propuesta salida de tono, bruta y directa, estuvimos cagándonos un poco en la vida como ejercicio de (in)sana terapia, masticando proteínas regadas con líquido alto en grados, zampándonos los despojos de un malogrado mamífero entre exabruptos y descargas de ironía. Si retomásemos ahora la charla, probablemente escupiríamos el almuerzo, con cierta rabia. Con los tejidos epiteliales entre los dientes, el discurso volvería a ser áspero y envenenado, porque el panorama se presenta más que nunca para matar.

Hubo un tiempo en el cual el cine europeo se caracterizaba por ser mucho más visceral que el acuñado al otro lado del Atlántico, por ir más allá, por sacar las tripas sobre la mesa, incluso por experimentar con el medio con todas las consecuencias, por exprimir la escasez de recursos sin vergüenza y alimentarse de oscuridad y locura. Evidentemente, el cine de género era el motor de nuestra encendida discusión. Ambos hablamos de la Hammer, de las cintas _exploitation_ italianas, de Argento, del _spaghetti western_, de las primeras películas de *Saura* y compañía… La conclusión fue clara. Mientras los americanos se empapan de las barrabasadas, delirios y hallazgos made in Europe, adaptándolo todo a su favor, incluso mejorándolo en ocasiones, aquí nos queremos parecer a ellos… a lo peor de ellos. Gran parte de la nueva generación de realizadores autóctonos que alabamos, esos que son nuestros amigos y queremos que triunfen… ¿por qué son tan blandengues? ¿Por qué no se sueltan el pelo?

¿Por qué ese afán por imitar? Esa insalubre obsesión por escribir con buena letra sin tener nada que contar, por aparentar ser lo que no se es, por creer engañar al espectador copiando lo que ya existe con menos medios y mucho morro, por no saber encontrar una voz propia a partir de lo que uno ha mamado sin prejuicios… Hasta los galos, amanerados según pregonamos, son más rompedores, menos academicistas y ortodoxos. Se ponen a hacer terror y hacen cosas como A l’interieur o Martyrs . Tarantino, ejemplo obvio, fusila hábilmente a los directores orientales y europeos, renueva el cine, cual DJ loco, remezclando referencias para crear un lenguaje personal e intransferible. Mientras tanto, por estos lares estamos encantados de que nuestras películas puedan acercarse remotamente al look de las de Spielberg. Un esfuerzo absolutamente baldío, porque nunca tendremos sus medios y, probablemente, tampoco su talento. Ahí están también los autores patrios que cruzan el gran charco en busca de fortuna, obligados a afrontar encargos con escaso sello de identidad. Nuestra personalidad se pierde, lo nuestro siempre ha sido el esperpento, la mala leche, el tocar los cojones, la víscera… Pero se lleva ser copiota… y edulcorado. O eso nos quieren hacer creer, porque aplaudimos propuestas que se salvan de la quema por los pelos, que se cuelan por la escuadra disfrazándose de otra cosa. Nos da vergüenza hacer un poco el cabra, reprimidos, la mayoría de las veces, por un hatajo de productores que viven bajo leyes invisibles que siembran la mediocridad.

Durante 30 años, nuestro cine se ha visto liberado de la sombra del censor, pero no ha sido capaz de formular discursos desestabilizadores o peligrosos… En España, la interiorización de la autocensura ha llegado mucho más lejos que en Hollywood. Basta mirar la progresiva mansedumbre de nuestros sucesivos relevos generacionales. A los cachorros del cine español no les mueve el imperativo de matar al padre (ni siquiera el impulso de significar). Lo que quieren es pertenecer. Y, cada vez con más frecuencia, pertenecer… a Hollywood“. (Jordi Costa, Fotogramas)

He empezando mencionando a Palacios y acabo citando a Costa, otro que tal baila. Sus palabras resumen el percal. Ambos plumas están en los primeros puestos de mi lista de escritores favoritos que diseccionan el cine, un mundo que se tambalea por estos pagos creativamente hablando porque, sinceramente, aunque suene a mil demonios, ¡faltan cojones! Tragar cine social, comedias verbeneras y, en su defecto, algo de género descafeinado, no es bueno para la salud mental de un omnívoro que disfruta especialmente con el sabor de la carne. Copiotas y edulcorados. Oséase ¡capados!

Borja Crespo

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