La casa de los padres

El Butano Popular

¿Tenéis fuego por ahí?

La carrera se disputa sólo en tu cabeza. Pero vas animándote. Poco a poco comienzas a pensar en términos de videojuego. Te envalentonas.
Vas cogiendo más y más velocidad decidido a no frenar. La bajada se hace más y más pronunciada. Tomas una curva a la izquierda, tomas una curva a la derecha, y entonces llega una demasiado cerrada. La penalización castiga sin aviso.

Es como si te acabaran de sacudir con una señal de tráfico a la altura de los omoplatos. Como si te hubieran dado de baja del suministro de oxígeno. Te han retirado el vehículo de debajo del culo y no tienes ni idea de cómo ha sido.

Boqueas como un pez tendido de espaldas en el fango. Silencio contemplativo tras la violencia del estacazo. Si puedes respirar es que todo va bien. Si puedes ponerte en pie es que todo va bien.

Los bujeros de la nariz te se dilatan a tope. El camino que serpenteaba bosque adentro olía a pino y encina. Ahora reina un pestazo a podrido que corta la respiración.

Todo está húmedo. Ponerse en pie estaría bien. De todos modos te quedas tendido un rato más, ¿qué prisa habrá?

Podría ser el relato del hostión que me metí en el camino que va de Aiguafreda a L’Afrau, pero bien mirado se ajusta más a la crónica de mi carrera literaria.

Mis editores en bancarrota. Mis lectores potenciales cascándosela frente a una ventana del Youporn. El papel en el que se imprimieron mis novelas reciclado en confeti y cajetillas de chicle.

Las manos me huelen a caucho, pero no es de los manguitos de la bicicleta. Es de empujar la silla, una Rumba Sunrise con baterías de 40 amperios toda llena de cromados. Me la han comprado en rojo para que recupere la alegría.

Mi madre sale de la cocina sosteniendo la cazuela entre dos trapos. La deposita en la mesa y empieza a servirnos. No me pongas tanto, mamá. No puedo tragar más, mamá. Si apuro el plato me cago encima, lo sabes tan bien como yo, mamá.

Mi padre tose y hunde la cuchara en el potingue. Lo que sigue es bastante embarazoso. Por favor, no miren.

Sólo escuchen: creí que lo de escribir en el interné se había terminado para mí, pero ya me ven. Ojalá el butano estalle y se nos lleve a todos por delante. Me encantan las explosiones.

Antes me gustaba mucho ir en bicicleta. Antes me gustaba mucho escribir libros. Aquello terminó. Lo que estoy haciendo aquí es otra cosa.

No pregunten. Son cosas que no se mientan. Sin ir más lejos, mis padres nunca verbalizan que nunca saldré de aquí, y yo se lo agradezco.

A fin de cuentas ¿qué puede llevarte de vuelta a casa de los padres salvo una desgracia?

Llegado el momento, le das al joystick de la silla y enfilas hacia el umbral. Entonces lo cruzas. Te limitas a entrar porque no tienes otro lugar adonde ir.

Esta es la desgracia.

Esto es la entrada.

Sergi Puertas

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