El Butano Popular

Librepensamiento y explicaciones

Papeles que resisten la podredumbre y el paso del tiempo

Carlos Acevedo Esto nunca fue mejor— 03-12-2010

Me acerco despacio y le pregunto con tono calmo por qué hace lo que hace. Me mira extrañado por encima del hombro, suspira, y sigue adelante con su actividad, que es peligrosamente parecida a aquella que hacen los jóvenes desesperados por un dinero. Vuelvo a preguntar, luego de tocarle suavemente el hombro, y esta vez ni me mira. Otra vez, va, la última. Vuelvo a formularle la pregunta con la premisa de que si esta vez me sigue ignorando seguiré mi camino sin más.

No sé si me ha leído la mente o qué, pero esta vez ha dejado de hacer lo que hace para decirme que estamos en un país libre, que la constitución española permite la libertad de culto y que si viene un policía no le puede decir nada. Porque no pueden, claro. Dónde va a parar, si yo no estoy vendiendo nada. Echarme de aquí sería inconstitucional porque la constitución española no solo permite sino que, además, defiende y proclama la libertad de culto. Le comento que sí, que tiene razón, pero que aún así no ha respondido a la pregunta que le he hecho y otra vez me dice que no se puede, que no hay manera legal de que un policía interrumpa su labor. Vuelve sobre lo de la constitución un par de veces y entonces le interrumpo y cambio la pregunta, le pregunto su nombre. Me dice que se llama José Manuel y entonces vuelvo a preguntarle por qué regala ejemplares del nuevo testamento a los viandantes.

Tarda un poco en dar cuenta de que lo mío es simple curiosidad, que mi barba no es postiza y que tampoco escondo placa alguna en mi bolsillo o en mi espalda o donde sea que esconden sus placas los policias en las series de policias. Me mira extrañado una vez más. O, si cabe, más extrañado que hace 47 segundos. José Manuel ha abierto más los ojos y se ha bajado las gafas con el dedo anular hasta la punta de la nariz. Me mira de arriba abajo y sigue con su speech. De a poco sube el volumen, mientras exagera el movimiento de sus brazos y manos. Habla como si estuviera defendiéndose de un ataque frontal, como si yo me hubiera pasado tres pueblos o me hubiera follado a su mujer. De vez en cuando se detiene, se acerca a alguien que pasa por ahí y extiende su brazo dándole un librito forrado en cuero falso y azul. Entonces sonríe. Luego vuelve sobre mí. Serio. Empieza otra vez con lo de la constitución y la policia. Pero esta vez parece estar más decidido, me subraya que no se piensa ir. Su actitud y su tono me llevan a pensar que las preguntas son patrimonio exclusivo de las autoridades y ahí me pierdo un segundo, tratando de explicarme por qué le parece tan raro que alguien le pregunte por qué hace lo que hace.

Veo venir a una chica a lo lejos, la conozco. Distingo sus accidentes a lo lejos, pero no sé de dónde ni cómo es que los reconozco. Cuando se acerca, cuando José Manuel le hace llegar su regalo, recuerdo dónde la he visto antes. Ha sido mientras marcaba su canalillo ante José Manuel, tal como hace cada vez que un ente masculino se acerca a pedirle que ejerza de bibliotecaria. José Manuel se detiene en ella, o en su canalillo, y le dice que Dios la bendiga. Sé exactamente a qué se refiere José Manuel, entonces me sonrío, termino de liarme un cigarrillo y lo enciendo. Él mira cómo me río y vuelve a intentar decirme algo mientras mira, de reojo, cómo la bibliotecaria sube los tres escalones que separan el portal de la calle. Vuelvo a sonreír. La chica da media vuelta y se lleva el librito forrado al pecho, como si le hubiera atacado, de pronto, el pudor y entre mohínes y cosas saluda con la mano a José Manuel, que responde con un saludo marcial que no viene a cuento de nada.

Entonces, por primera y única vez, José Manuel me sonríe. Me coge del hombro, supongo que como gesto fraternal, y va y me suelta que la voz de Jesús hay que difundirla a como dé lugar. Que nunca será suficiente. Que de eso se trata todo y que como todo se trata de eso es de ahí, de ese gesto, de donde recoge las fuerzas que cada día le llevan a ponerse en la calle a repartir nuevos testamentos embolsillables. Hace una pequeña pausa y me explica otra vez, aunque más calmo, que la constitución española, la libertad de culto, etc. Aunque esta vez añade algo acerca del pensamiento único y los males de la Inquisición. Pienso festejarle la novedad, pero antes de poder interrumpirle me aclara que ellos (José Manuel no está solo, todo este rato hemos estado bajo la atenta mirada de seis personas) representan a un grupo de empresarios, que esta es la manera en que los empresarios quieren agradecerle a la comunidad todo lo bueno que les ha traído la vida. Claro, en realidad todo esto era muchísimo más simple: no estaba preparado para recibir preguntas porque a los hombres de negocios no se les suele preguntar nada. Lo del canalillo, lo que supuso, me sirve para confirmarlo.

Me despido, le agradezco su tiempo y le deseo suerte. José Manuel me dice no le hace falta, que para eso él tiene a un amigo. Mira hacia arriba y luego me dice que si quiero Dios me puede llegar a bendecir o algo así. Sonrío y cruzo el portal, me llevo la mano al bolsillo. Encuentro un librito forrado en cuero falso y azul.

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