El Butano Popular

Librepensamiento y explicaciones

Una salida muy civilizada

Carlos Acevedo Esto nunca fue mejor— 24-11-2010

Se conocieron como se conocía la gente entonces, sin necesidad de seguirse o agregarse. Se conocieron como casi todo el mundo se conocía, por terceros que luego serían en discordia para dejar de ser y no recomponerse jamás. Siquiera en gestos virtuales, que es como se recomponen hoy esas ausencias.

El caso es que se conocieron, se hablaron y discutieron, y uno le dijo a otro que ya se juntarían a hablar y se juntaron y hablaron sin discutirse. Fumaron tabaco negro, hablaron y siguieron hablando. Sacaron fotos, aprendieron a sacar fotos, y también escribieron o aprendieron a escribir. O no. Se puede decir que al menos lo intentaron. También hicieron todo lo posible por desaprender cómo iba eso de los guiones y en los descansos de la rutina adolescente se adentraron en abismos que no entendían pero que se explicaban en forma de metáfora chusca o antropología patillera. En esas estaban cuando narraron la historia de un suicidio inconcluso cuyos elementos eran dos ladrillos atados al cuello y una piscina de niño de no más de un palmo de profundidad. También narraron la rabelesiana historia de un barrio de Buenos Aires sumergido por la lluvia. Una historia cuyo eje era la muerte de un hombre gordo, y por tanto muy bueno, que de la nada se convertía en pura acrobacia, porque al no entrar por la puerta se le intentaba llevar a camposanto por la ventana. Bajar seis pisos con la ayuda de unas poleas que fallan bajo la lluvia porque, como se decían, no todo iba a ser cantar. Narraron todo eso y mucho más, pero lo único que hicieron fue la animación de un perro follándose a una rama. Siguieron hablando y en lo único que triunfaron fue en negarse horas de sueño valiéndose de café y tabaco negro.

Uno de ellos empezó a hacer sus pinitos en la música y el otro se fue a buscar a los maestros que no merecía y que vivían en casas cerca del mar. Entonces empezaron a hablar de vez en cuando. Cada vez menos. Pero lo cierto es que luego, cuando se veían, hacían fotos, hablaban y seguían hablando. Caminaban, bebían café, fumaban tabaco negro y hablaban. Se admiraban de Fellini, de Arrabal y de Miike. Se admiraban de Heródoto, de Cabeza de Vaca y de alguna teoría suelta de un pensador suelto y contemporáneo. Hablaban de cómo se admiraban mientras seguían componiendo su entorno con metáforas chuscas. Escuchaban música y se admiraban también de eso. Alguna vez hablaron de resucitar a los tontos contentos y mandar todo al carajo, pero eso no llegó a ningún sitio, como casi nada de lo que hablaron. De hecho, también hablaron de construir un libro de crónicas sobre un planeta que uno se había inventado poco antes de conocer al otro.

Vieron juntos cómo un presidente se iba en helicóptero, tal como poco tiempo antes habían visto irse a unos presos de una cárcel de máxima seguridad. Luego se separaron y, al cabo de un tiempo, se volvieron a juntar. En medio aparecieron mujeres y cada vez se les hizo más difícil volver a la rutina que antes llevaban, porque con las mujeres no siempre se puede hablar sin más. Así que uno siguió con la música y el otro, sin maestros ya por conocer, se obcecó, le pillaron con las defensas bajas y acabó en una ciudad antigua que luego abandonaría.

Hace nada uno completó del todo algo que venía anunciando desde hacía años. El otro, a lo suyo.

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