El Butano Popular

Librepensamiento y explicaciones

En obras

Grace Morales Creaciones Madrid— 23-11-2010

Estaban picando los operarios del Ayuntamiento para instalar unos ascensores en la estación de metro de Carpetana, que está a una profundidad tan considerable que a algunos les da mareo bajar y luego subir tamaña cantidad de escaleras, cuando descubrieron un yacimiento prehistórico muy importante. Me enteré de la noticia, y deseé que entre aquellos restos apareciera una langosta gigante demoníaca, para que pusiera fin, de una vez por todas, a las obras en la ciudad y, ya de paso, finiquitara un poquito el mundo. Pero no, ni siquiera unas momias radioactivas, solo sacaron miles de esqueletos, entre ellos el de un mastodonte, que han reconstruido y ahora luce en la estación, creo que para entretenimiento de los viajeros.

Lo de tener la ciudad cercada de manera permanente por una barricada civil, con su maquinaria pesada, vallas, socavones, sacos terreros, tablones, tipos con casco y peto reflectante, casetas portátiles, etc., es tan madrileño como los atascos y la violencia verbal. Es cierto que desde que reina nuestro Excmo. Alcalde, la cifra de obras públicas ha superado los límites de la imaginación mesetaria, pero la fascinación de los mandamases por agujerear el suelo para unas canalizaciones cada semana o levantar el pavimento un mes y al otro también viene de muy lejos. El cine, por ejemplo, ha inmortalizado esta querencia por la obra y, además, con burlas. Recuerdo en Los tramposos a ese grupo de timadores, quienes todos los días, disfrazados de funcionarios y perfectamente equipados con sus señales y herramientas, conseguían sobornos de los comerciantes, al ver que éstos se disponían a picar justo delante de su tienda. O ese otro de La pandilla de los once, corro de patéticos ladrones que se atreve a disfrazarse de pocero en la plaza de Cibeles, ante las narices de los guardias de tráfico, que no les dicen nada, y cercan una alcantarilla mientras el resto intenta cavar un túnel hacia el Banco de España.

Lo que Madrid gusta es de obras a lo grande, de esas que te colapsan la ciudad a las siete de la mañana, y luego cuando la gente intenta volver a casa por la tarde, otra hora y media de retraso, por la Operación de Remodelación de Rotondas de Plaza y Adyacentes, con Soterramiento y Mobiliario Urbano. Porque si es por un triste socavón en la acera, van a tener que caerse mínimo diez personas y denunciar una centena para que llegue la cuadrilla y lo arregle, luego de un año de papeleos, pólizas y fotocopias compulsadas.

El Excmo. Alcalde creyó llegado su momento de gloria si le concedían las Olimpiadas en 2012, se lió la manta a la cabeza y convirtió la ciudad en una pesadilla de polvo, cascotes y taladradoras, amén de unos hermosísimos impuestos para el ciudadano. Entre lo de la Estación de Atocha y, sobre todo, la M-30, que es que no se pueden creer la que lió, se gastó el presupuesto de Madrid para los próximos dos siglos, y ahora, pues pasan cosas como que siguen con lo de Madrid Río —básicamente, unas piscinas con bares exclusivos al lado de la carretera— y, por ejemplo, no hay dinero para recoger las hojas del otoño, y así va la gente, resbalándose por la calle como si fueran dibujos de Peñarroya.

Lo bueno es que, poco a poco, dejará de haber obras, porque no podrán pagarlas. Lo malo es que en unos años, menos en Serrano y alrededores del Barrio Rico, esto va a parecer The Castizo Walking Dead.

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