El Butano Popular

Librepensamiento y explicaciones

Los baños del camping

Elisa Victoria Tangati Bonmati— 18-05-2015

Es agosto, hemos venido de vacaciones. Nos hospedamos en un camping. Por suerte hay una tienda de campaña para mis padres y otra para mí. No sé qué pensar del sitio. El paisaje es muy bonito, sí, pero resulta incómodo de todas formas. Llevo una semana aquí y todavía no he podido cagar en ninguno de los dieciséis váteres distintos sobre los que me he sentado. Odio los putos baños. Lo único que me gusta es tener permiso para dar un paseo a las tres de la mañana si me entran ganas de mear. El césped, el alumbrado y la gente deambulando en mitad de la noche me hacen sentir en uno de esos festivales veraniegos con los que tanto fantaseo. Supongo que no me imagino muy bien cómo son, no paro de cruzarme con padres en batín.

Quedan por echar veinte días.

Bajo correteando hasta la ladera del río, camino un par de minutos para alejarme, me pongo en cuclillas entre los matorrales e inmediatamente empieza a asomar un enorme mojón compacto y agrietado.

He encontrado mi baño, mi spa privado. En las duchas ni siquiera lo pienso intentar. A partir de septiembre podré presumir de no haber conocido el jabón en un mes.

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