El Butano Popular

Librepensamiento y explicaciones

Los cuadernillos Rubio

Elisa Victoria Tangati Bonmati— 12-05-2015

He estado todo el verano mirando los cuadernillos con cara de póker. El curso ha empezado y la profesora los está pidiendo. A cada uno de nosotros le ha mandado como regalo para las vacaciones un millón de horas de lo que más odie. Lo que yo más odio es dividir con decimales. Lo detesto de verdad. No hay forma de escaquearse con la calculadora, se tiene que notar que las cuentas están hechas a mano, de cabeza, con todos los numeritos.

Los cuadernillos me han causado ansiedad durante tres meses. Cada día he recordado este maldito imperativo y lo he apartado de mi mente con un hastío que no ha dejado de crecer. Juré que lo arreglaría en el último momento, pero ha sido imposible, no he conseguido que me importe. ¿Es que no tengo ya bastante? Primero bastaba con asistir a clase. Luego hubo que hacer deberes. Ahora nos joden también las vacaciones.

—Venga, ¿quién falta por entregar los cuadernillos del verano?

Algunos compañeros levantan la mano y alegan que se los han vuelto a dejar en casa. Yo me hago la despistada y me encorvo en la silla. Ella pronuncia mi nombre bien alto y me recuerda que estoy en el punto de mira. Resoplo. Las clases empezaron el lunes. Estamos a jueves.

Por la tarde abro el primero. Es el más blando. La dificultad va en aumento. El quinto es el mismo infierno. Procuro no pensarlo y me decido a intentarlo con mi mejor ánimo, con la mayor voluntad que soy capaz de invocar. Una hora después no he conseguido resolver ni una página. Eso es lo que tengo para entregarle a mi profesora. Una página abandonada. Está decidido. Me voy a tangar.

Escondo los cinco cuadernillos en un cajón y me despido de ellos mirando a la ventana, que me brinda una luz amarilla y vaporosa por primera vez en semanas.

Es lunes, muy temprano. La boca nos huele a amoniaco a todos. Cuarenta niños desplomándose sobre las sillas imaginando una cama deshecha que con suerte estará todavía caliente. La profesora busca con ojos explosivos a los que tenemos deudas que saldar con ella. Yo le sostengo la mirada. Trato de implorar piedad, trato de decirle que me dé cuartelillo, que tampoco es un crimen que no me gusten las matemáticas, que no hace falta ser un estudiante épico a tiempo completo.

Como ella mantiene el gesto de impostada urgencia le espeto con desinterés que se me han olvidado. Se lo espetaré del mismo modo todos los polvorientos amaneceres que hagan falta hasta que se rinda el ser humano que se esconde detrás de ese disfraz de maestra aplicada. El que parió un hijo muerto el año pasado y aun así trató con cariño nuestros asuntos más triviales durante las guardias del recreo, el que sabe que los putos cuadernillos Rubio no le importan a nadie. Ese ser humano será el que me perdone. A mí y a unos cuantos pardillos más.

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