El Butano Popular

Librepensamiento y explicaciones

Nuestro estado

Sergi Puertas La casa de los padres— 30-04-2015

Cualquiera puede robarte y agredirte y echarte de tu casa, tu propio hermano te puede matar. No somos buena gente, es por eso que fundamos el estado. Para que nos protegiera de nuestro hermano, porque con él nunca se sabe. La sorpresa llegó cuando nos robaron, nos agredieron y nos echaron de nuestra casa y descubrimos que era el estado quien iba a por nosotros. Que nos estaba saqueando y agrediendo con mayor eficacia que ninguno de nuestros hermanos. Que no había a quién acudir porque el estado se extendía de punta a punta del horizonte. Que no importaba adónde fuéramos porque del estado no se podía escapar.

Dice el diccionario de mi Kindle que “estado es el conjunto de los órganos de gobierno de un país soberano”, una definición que a día de hoy abarca definitivamente las multinacionales, los bancos, la lista Forbes. Todos los órganos de gobierno son órganos de robar. Todos los estados son el mismo estado, no existe soberanía en el estado transnacional. Si ponemos en jaque el latrocinio, el estado aplica violencia. El estado destruye todo cuanto se interpone en su camino, asesina sin pestañear. Todo a cambio de un dinero que se reparten otros. El estado trabaja siempre en su propio provecho.

Dice el diccionario de mi Kindle que “estado es la situación en la que se encuentra alguien o algo, y en especial cada uno de los sucesivos modos de ser o estar”, y hoy nuestro estado es un estado de perplejidad. Asoma a veces un ramalazo de rabia, pero predomina la estupefacción frente a un estado al que de pronto no reconocemos, al que miramos como a un extraño. Lo cierto es que este estado es tan viejo como la humanidad. Los libros de Historia dan fe de cuáles son sus especialidades: robar, agredir y matar. Sucede que el estado nunca había reunido un poder semejante, ni había contado con aparatos de propaganda tan sofisticados, ni poseía una mecánica digital. A pesar de todo, el estado está suscitando cada vez más desconfianzas, el descontento espesa la atmósfera, cada vez se alzan más quejas. Y los libros de historia contienen otra lección valiosa: todo estado cae tarde o temprano. Y si de algo podemos estar seguros es de que este también caerá. Se castigará el expolio, se vengará la infamia, todo arderá. De las cenizas surgirá a la larga otro estado igualmente maligno, pero qué importa. Durante unos años, unos meses, acaso solamente unos días, los hombres recuperarán la esperanza, conocerán la dignidad. Experimentarán la satisfacción de haberse sobrepuesto a sus miedos, al miedo a su hermano, al miedo al estado. Dejarán su impronta en la Historia.

Dice el diccionario de mi Kindle que un “estado es una casa de comidas algo menos plebeya que un bodegón”, pero lo cierto es que en nuestro estado se come fatal. Y aquí seguimos, sentados a mesa, empuñando la cuchara, comiendo la sopa boba. Hermano con hermano, hombro con hombro. Y así pasaremos a la Historia, y así se nos recordará. Como la generación que se quejó y se quejó pero siguió tragando. Como los mal comíos pero bien cagaos.

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