Hace tiempo que vengo al taller y no sé a lo que vengo

El Butano Popular

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Al mundo lo han vuelto feo, los bosques caen bajo el hacha, cuando estalle la guerra seremos los primeros en morir y en su piso de Aluche, bienvenidos al desierto, La Chica recibe una carta en la que le dicen preséntese usted en el sitio éste que hay una vacante y La Chica no se altera porque a La Chica, tras once meses congelada en la bolsa de trabajo de La Firma, dos novios instantáneos que uno era un pesao y el otro un aburrido, el amor propio devastado y veinte kilos nuevos todos a su culo, ya no hay nada ni por aquí ni por allá que no se la pele de canto.

En la puerta de la sucursal de La Firma, el sitio éste, tienen colgado un póster con una foto de un hombre sentado en una silla de ruedas sacando la lengua mientras sonríe y un eslogan sobreimpreso que dice “lo que importa eres tú”. La Chica no sabe si aquello se refiere a ella, al que lo lee, o al de la foto pero entonces abren la puerta, lo olvida, le dicen siéntese usted aquí; dócil obedece, fuerza la cara de parabienes y venturas y al poco llega una señora con moño.

- ¿Qué tal, guapa? Soy Aurora, hablé contigo por teléfono.

- Hola, yo soy…

- Oye. Contentísimas de que hayas venido. Lo de Antonia fue una tragedia total. Qué disgusto, chica, imagina. Tan joven. Pero, como me gusta decir a mí: mejor mirar hacia el futuro. Ya te habrán contado lo de la Gala de Fin de Año. —silencio— Te lo han contado, ¿no?

- ¿Cómo?

- Lo de la Gala. Que es este viernes. Una cosita de la empresa, pero de tranqui. Se monta siempre por Navidades en el auditorio ese grande del Parque Pachón. A los de aquí nos toca la obra de teatro. Hay un papel con tu nombre, ¿eh?, contamos contigo, es un papel de alcance. Te lo cuento en petit comité por las envidias. La obra se llama “Pasándolo bien”, canela en rama. La escribió Antonia este verano.

- Pero q…

- ¡Quién le iba a decir, pobrecita mía!

Indecisa entre preguntar o no por Antonia y su —acaso fatal— destino, La Chica recibe unos folios unidos por un clip en los que, según le dicen, va escrita la obra, pero prefiere no mirarlos para no distraerse durante su primer día y por la noche ya en casa con el calor del hogar que es, de entre los calores, el superior; sentada junto al gato suyo, descubre que su papel, su personaje, que se lo han resaltado en rojo, buen detalle, es el de “Virgen Sacrificial”, e incluye dos frases potentes: “¡no!” y “¡no, por favor, no!”; muy fuertes las dos, a voz en grito, dramáticas. El reto es importante. Su éxito, La Chica no quiere pensar en el fracaso, su éxito y punto, puede ser crucial para hacer carrera en La Firma. Esa noche se duerme angustiada porque no tiene más que tres días para preparar sus líneas de diálogo, porque conviene causar buena impresión y porque el teatro —ella tiene una visión muy general del asunto— le da mucho asco. Qué asco, piensa. Qué asco el teatro.

Martes, miércoles y jueves, el gotelé de las paredes de la oficina vigila la quietud de La Chica, que calla un dolor cruel. Ubicada en su recoleto escritorio, uno al que nadie asoma, aislada, con sus funciones como peón de La Firma aún por definir, etérea a lo ancho de la semana, percibe como las otras empleadas hacen todo lo que pueden para evitarla: por los pasillos, a desmano, en el ascensor; pero ella, sin gran esfuerzo, logra captar fragmentos sueltos de sus conversaciones.

- Este año petamos el auditorio.

- Hoy había un negro en el metro pidiendo dinero.

- Si es que aquí el café se enfría en cerocoma.

- … y también estuvimos en lo de la Muralla China… hay que ir…

- No hables con la nueva que si no luego a ver…

- ¿Sabéis lo que creo yo? Que los amigos son como las estrellas.

La tarde anterior al evento, mientras La Chica recoge sus cosas para irse, otra señora que ella supone que es una de sus jefas, aunque no está segura porque no han cruzado ni media, se le acerca por la espalda, le posa una mano sobre el hombro y dice no te preocupes, verás lo bien que lo haces, eres una crack, una crack de las buenas, crack, crack. Y se marcha. La Chica piensa que la palabra “crack” da asco, piensa que es un asco universal de vómitos en masa. Un asco fácil, desmedido y prolongado en el tiempo que sólo puede aplacar de vuelta a la noche lavándose los dientes con su pasta de dientes preferida, la Rembrandt, antes de acostarse.

En las calles de Madrid imperan el frío seco y la gente con pelucas compradas en tiendas de chinos; la calma y la broma. Se nota que han llegado las vacaciones. Niños desertores jugando a rociarse con nieve artificial contenida en aerosoles, policías doblándose hacia atrás de la risa mientras estrujan multas de tráfico y las tiran por ahí, muñecos Baby Born dentro de sus cajas envueltas con papel de regalo abstraídos en una espera siniestra, perros borrachos, globos de colores, chistes por la tele, tapas & cañas y el “O Tannenbaum” sonando en las radios de los taxis. Al tiempo, La Chica, en el escenario, en el eje de la representación de “Pasándolo bien”, sus dos frases declamadas hace quince minutos, anudadas con maña las manos a una viga de madera, con sus veintidós selectos espectadores alrededor, contemplándola; puede distinguir: un suelo de flores, un cielo de fuego, tres vagabundos en carne viva seducidos y engañados por distintas mujeres desnudas con los rostros ocultos por máscaras de animales, bañeras henchidas de marisco, ancianas de mejillas moradas con arneses de cuero y apéndices de plástico bailando sin música, dos columnas revestidas de grillos, un bebé que intenta ponerse de pie, el alcalde ondeando una bandera negra y sus tripas, las de ella, resbalando entre sus propios muslos atraídas por la gravedad. Y viéndolo todo desde su perspectiva, sin ojos, dentro del cráneo, desde una cámara secreta en cuyas paredes está escrito que si me vas a querer no me quieras por mi pelo rubio, la chica piensa en la vida pasada, en Burgos, en estar sola, en su hermana, en el hombre, la retención de líquidos y el asco y respira tranquila lejos del caos sabiendo que hoy y a partir de hoy hasta el final, lo que no volverá a caer bajo el hacha, es Ella.

Jorge de Cascante

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