El Butano Popular

Librepensamiento y explicaciones

Una semana de bondad

Rubén Lardín Herido y tres avisos— 06-03-2015

Libar del otro, gustar su saliva, beberle los jugos y chuparle la sangre, hurgarle el cuerpo caliente que nos presta y tolerarlo tan próximo sin asco; esto no deja de ser asombroso. Estar de otro humano más que cerca. De eso se trata. Ahí radica el anhelo y más allá no vamos a ir porque lo siguiente es ya el arte o el crimen, que en cierta manera son la misma cosa porque la tarea del arte es erigirse en crimen definitivo, perpetuarse como crimen. Esto es un esnobismo que es bonito contemplar hasta que se lo lleve el tiempo.

Lo que estaba pensando es que el sexo es una trampa, nada nuevo. Se escuchan unos tacones sobre el suelo de madera, un reclamo de cazador, vas a tener que levantar la mirada estés haciendo lo que estés haciendo. Aunque no estés haciendo nada, va a distraer tu atención, va a poder hasta con tu musarañismo, que en principio le puede a todo. Los reclamos, las sincronías, la posesión, la danza y el juego, esas cosas, cuatro regates, darle oleaje a la carne y matarile al deseo, porque el deseo sólo se alza triunfante en su aniquilación, sólo se extingue en su victoria. Si el deseo se va es porque antes ha venido, y cuando se retire nos dejará oír su compás, su carcajada de dragón menudo riéndose de nosotros una vez más, una enésima que nunca parece que vaya a ser la última. Volverá, nos dice.

Al deseo no lo extingue el miedo pero sí puede pudrirlo. Frente al miedo se presentan dos opciones, nunca ha habido más: o te mueves o te paralizas. Curiosamente, cuando más se mueve uno es cuando le llega el tiemblo. Cuando el miedo se te pone en el cuerpo como un vestido de noche (pero de la noche de los tiempos) te puede entrar un baile de san vito. Y luego a llorar o a correr dios dirá en qué dirección.

Hay una figura en el toreo que cuando se ejecuta bien gusta mucho; se llama estatuario y es hacerse uno mismo mármol señorial, o mejor barro cocido, presentarse de una pieza en todo caso, y verlo venir y peinar al toro con la muleta como se acaricia a un gato que entregase el lomo al paso. Cuando el estatuario se hace así de fenomenal el diestro reduce a su mínima expresión muchas preocupaciones, y si enlaza varios pases bien dados creará un fraseo que puede llegar a sublimarlas.

Nadie en el mundo pasa tanto miedo como un torero, pero el torero no se permite la cobardía. Lo que hace el torero cuando se coloca perpendicular y de pies juntillas y procede al estatuario no es una parálisis sino un estarse quieto, inquebrantable en su indefensión, a solas con los propios recursos. El torero ha convertido su cuerpo en una pequeña anatomía femenina, en una escultura de las cícladas, que son aquellas estatuillas beatíficas y algo eternas que en su misterio tan diáfano yo siempre relaciono con el dibujo de línea clara franco-belga.

Todo el mundo debería saber qué es la línea clara franco-belga, por dónde discurre, pero la gente cuando termina los estudios deja de estudiar. Son errores esenciales, están locos perdidos. Por ejemplo el miedo: el miedo, aunque se diga y se repita mucho lo contrario, no hay que perderlo nunca. El miedo es clave. A estos hijos de puta hay que tenerles mucho miedo, cada día más miedo hasta que se nos haga atroz.

Ahora en el campo van a poner unas puertas pero el deseo seguirá funcionando como centro de gravedad permanente. El torero detenido en la arena como un brote en un desierto. Un desierto, en estos tiempos de sobreexcitación, es todo un oasis.

La respuesta está en la espada. La espada es la voluntad del guerrero. Todo esto que digo lo he tenido siempre muy claro aunque nunca he estado muy seguro.

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