El Butano Popular

Librepensamiento y explicaciones

Notas sueltas sobre mi padre

Carlo Padial Radio de calado— 11-11-2010

A menudo me sorprende la manera tan fácil y tan completamente natural con la que se me presentan personas anónimas que me recuerdan a Joaquín Padial, mi padre. Se trata de un fenómeno —ya conocido— que me divierte, hasta cierto punto.

Llamo a mi padre, que descuelga enseguida. Primero se oye una voz como árabe, que grita algo —en árabe— y luego se calla. A continuación, nada, o, durante unos segundos, un sonido ambiente de inspiración moruna (oigo una flauta) reminiscente de un zoco argelino de capa caída, a última hora de la tarde (en realidad, son las diez de la mañana). Por último, el chillido de un animal. La comunicación se interrumpe.

Me han enseñado una foto en la que salgo muy parecido a mi padre. Cuando la he visto, casi me da un infarto. La misma cara de borracho, los mismos ojos de paranoico, los mismos dientes apretados, la misma congestión de salmón a punto de explotar… Hoy me he despertado de golpe, gritando como un loco, igual que hace mi padre. Busco fotos antiguas y compruebo que el parecido ha ido creciendo con el paso de los años hasta llegar a este momento, en que ya soy, como quien dice, mi padre. Igual que mi padre. ¿Cómo ha podido ocurrir? Puede que por una pequeña sucesión de descuidos… Aún estoy a tiempo de dar marcha atrás, claro, pero no puedo seguir así. Debo vigilarme. Debo cuidar el lenguaje, ampliar mi vocabulario. La última conversación me la despaché con tan sólo diez palabras…

Mi novia se va a llorar al cuarto de baño, dice que últimamente le recuerdo a mi padre. Tarda mucho. ¿Qué estará haciendo? ¡Lavarse! ¡Lavarse para hacer desaparecer de su cuerpo corrupto las pruebas del delito! Tiro la puerta abajo de una embestida torera. Mi novia está sentada en la taza, con la falda y las medias bajadas, llorando, desamparada. Es la mujer más inocente del mundo. Arrepentido, salgo de casa corriendo, igual que hacía mi padre cuando yo era pequeño. Regreso al día siguiente, con un ramo de flores y la cara descompuesta. Mi novia acepta las flores, pero se va a la cama sin cenar. La miseria familiar, la misma miseria de toda mi estirpe, me ha alcanzado como una epidemia fatal. Ya estoy hundido en el pozo de la esclavitud personal y afectiva. Recuerdo cómo al cumplir los dieciocho años me prometí que yo no caería en nada de esto. ¡Pues toma, dos tazas! ¡Por ir de listo!

Puesto de una determinada manera (viendo la tele con auriculares, por ejemplo), me parezco a mi padre. Mirando por la ventana, en cambio, me parezco a mi madre. Después de la trombosis que me dará dentro de poco, me quedaré como mi abuelo materno, con la boca torcida por el derrame cerebral y comiendo calamares compulsivamente. Mi debilidad, física y, ocasionalmente, de carácter, me recuerda a mi tío, que ha sido atropellado por la vida de manera constante y precisa desde que nació. Hoy en día parece una momia hipomaníaca. De la familia de mi padre tengo poco que decir, cosas buenas en su mayor parte. Al menos se han abierto camino, aunque sea vendiendo jamones. Mi padre me ha dejado en herencia su paranoia, mi madre el miedo. Sufro ataques de vértigo incluso a ras de suelo, me dan pánico los perros, los insectos, las ratas, las mujeres, los hombres más altos que yo, los lugares públicos, las casas vacías, las fiestas, los actores, etc.

Mis días se mezclan con mis recuerdos, ya no sé distinguirlos. ¿Era mi padre el que comía con la boca abierta o soy yo? ¿Es mi padre el que se queda hasta última hora viendo películas porno, o soy yo? Recuerdo a mi padre y me veo a mí mismo, en una versión casi idéntica, ligeramente mejorada, desplegando una paranoia más ambiciosa, pero igualmente absurda y ridícula. ¡Soy un sinvergüenza!

Comparte este artículo:

Más articulos de Carlo Padial