El Butano Popular

Librepensamiento y explicaciones

Elogio de la mediocridad

Frank G. Rubio Señales— 04-11-2014


Nunca el hombre ha podido construir una Ciudad Feliz sin el soporte de la desigualdad.
Francesco Patrizi


No, no me he vuelto tarumba, no voy a votar a Podemos… Ni a Podemos, ni a nadie. Voy a hablaros de un pequeño gran libro que ha editado Sequitur, con el mismo título que este articulo, subtitulado significativamente: “De la democracia ideal”. Un libro puede perfectamente ser excelente, y extremadamente útil, y estar a la vez completamente equivocado, como creo yo lo está este, en sus supuestos y sus propuestas. De entrada diréis: ¿Para qué elogiar algo que está más que a la vista y es nocivo? Menuda pérdida de tiempo, ¿no?

Paciencia, querido lector. La mente de los ideócratas es complicada. Aquí, al contrario que en las teorías sobre “la muerte del arte” del señor Danto, hipnotizado por los oropeles de peluquera de Warhol combinados con una lectura poco crítica de Hegel (un cóctel corrosivo), o que en las soporíferas filípicas televisivas del neuronecio y divulgador del totalitarismo cientifista señor Punset, sí tenemos cosas interesantes que aprender.

Para mejor entendernos: el termino “mediocridad” aquí utilizado incita a la confusión, sería más adecuado haberlo sustituido de entrada por “medianía”, pero calmaos, os expondré un breve párrafo de un artículo del mismo autor dedicado a la crítica de nuestro sistema educativo; a mi juicio, junto con la televisión, piedra de toque de la profunda degradación cognitiva y antropológica que nos rodea y va adquiriendo con el tiempo tintes lovecratfianos. Dice Evelio (que no Evilio, el entrañable personaje de Santiago Segura) con relación a nuestro peculiar sistema de enseñanza:

El sueño se vislumbra: un cuerpo docente único de encefalograma plano, adormilado en el éter de la promoción horizontal, uncido al yugo de la mediocridad; dando vuelos gallináceos y abriéndose camino a codazos, sin que la competición llegue en ningún caso a la altura de las cabezas.

Y es que, como presuntamente dictaminó el patriarca del clan Rockefeller, “la competencia (competition) es un pecado”. Se refiere pues en exclusiva al plano político y con una significación específica.

La crítica y crisis, más bien ésta última, del Estado de Bienestar trae por la calle de la amargura a los acérrimos partidarios de la Socialdemocracia que buscan refundar, como sea, la supuesta y mítica producción de igualdad atribuida a este engendro socio-histórico originado en la Alemania de Bismarck. La otra fuente (y no la última) decimonónica de producción de nivelación, originada en la Revolución Francesa, la del “socialismo real” sólo busca ser refundada de modo simulacral ya por los llamados a ejercicios prácticos de disidencia controlada como el que, con las bendiciones de los complejos mediáticos y el aparato de Inteligencia de la Oligarquía española, desarrolla ante nosotros el pequeño Nicolás de la “izquierda bolivariana”: Mr Pit.

Evelio Moreno Chumillas (1950-2011), doctor en Filosofía y Catedrático de Bachillerato, es el autor de los tres trabajos incluidos en el volumen que reseñamos: Las ciudades ideales del cinquecento (1998), Utopías de la mediocridad (1995) y La democracia reside en la mediocridad (2000), con un prólogo de José Manuel Bermudo (Universidad de Barcelona).

Las “ciudades ideales” de que habla EMC no son las Utopías, aunque es cierto que como éstas se sitúan más en el plano de las ideas que en el de las realidades. Diríamos que hablamos de una ciudad configurada “more geométrico” para la practica de la virtud, armonizando el bien publico con el privado. Son una manifestación de la racionalidad política en las cuales se recurre a la llamada de la Antigüedad para mejor legitimar la República.

Lector amigo: recuerda no proyectar categorías de tu tiempo; estamos en el siglo XVI y hablamos de pensadores católicos nacidos en suelo italiano, e Italia, como nación, aún no existía. Nos situamos en un período que va entre Maquiavelo (1469-1527) y Campanella (1568-1639), el mundo de la Reforma, la Contrarreforma que es también, por qué no decirlo, la edad dorada de los jesuitas.

Como señala EMC: la ciudad ideal es un florilegio de ingeniería social capaz de soldar con fuerza ese eslabón de continuidad que anda un tanto perdido entre Maquiavelo y Hobbes (1588-1679).

La mediocrità, es un ideal (seguimos y citamos ya casi de continuo al autor) procedente de determinado momento histórico y lugar: la Atenas democrática. El meden agan (“moderación”) de Solón, que combate el exceso y se opone a la hybris.

Como siempre que se bebe en fuentes antiguas, casi míticas, para legitimar algo (en este caso la democracia), hay que hacer las correspondientes precisiones que suelen convertirse, para los no ideocratizados o adoctrinados en sublimes verdades cuasi religiosas de corte laico, en obvias refutaciones de propuestas normativas, más o menos explícitas, bien intencionadas pero de imposible o nociva aplicación. La demografía de la vieja Atenas, tan distinta de la nuestra, o la exclusión de la vida política (quizás más que justificada) de esclavos, mujeres y extranjeros hace difícil pensar que por muy sabias que nos parezcan sus instituciones eso podría o debería inspirarnos a nosotros: que vivimos en el umbral de los diez mil millones de bigardos y que acunamos nuestros días y noches en mega urbes inabarcables donde convivimos de manera anónima y burocrática con un 99% de desconocidos.

La suposición de que el hombre es por naturaleza “malo” y la idealización de la unanimidad forman parte de la constelación ideológica de esta elaboración teórica, católica y cristiana hasta el cuello. Se trata de evitar la plutocracia (lo que hay aquí ahora) y la oclocracia (lo que advendría si gobernase con mayoría absoluta Podemos), fuentes de intensa discordia en la “polis”; de asentar pues un ideal de vida en común armónico inspirado en ideales clásicos.

EMC considera que diversas prácticas democráticas atenienses serían útiles y deberían incluso pensarse en implementación actual: el ostracismo (que prescinde de los ciudadanos destacados) y el uso de las suertes para evitar, respectivamente, la tiranía y potenciar la participación ciudadana.

El Cinquecento elaboró sólidas construcciones racionales y avanzó en la elaboración del paradigma de la racionalidad política (fuente de arbitrariedades sin cuento, de guerras cada vez más crueles y de burocratización continua, añado). La noción de “medianía” procede de la traducción que Fray Luís de León hiciese de Horacio, la aurea mediocritas, que bastante poco tiene que ver con “república ideal” alguna tanto como con la Filosofía del Jardín para la cual la participación política no podía ser otra cosa que un obstáculo en la consecución de la felicidad.

La parte dedicada a la economía (nos encontramos en la época del comienzo del auge del comercio tras siglos de desdén y olvido) y la reivindicación de la sabiduría económica de estos arquitectos de ciudades armónicas: la institución del Monte de Piedad como centro económico de la nueva Polis; lo mas parecido hoy serían nuestras Cajas de Ahorro, lo cual incita, tras ver lo que hemos visto ante nuestros ojos, no a la sonrisa sino a la carcajada. Cierto que los textos proceden de una época anterior al colapso. Pero cualquiera que tuviese ojos en la cara habría supuesto que la politización de las Cajas y su entrega a todo tipo de intereses bastardos, así como a mecenazgos culturales multimillonarios y absurdos (a ver si hay alguien que lo investigue), conducían a esto.

Pero nadie es profeta en su tierra y la mediocridad ambiental (la decadencia), que llevará no solo a nuestro país a una catástrofe, hace imposible que nadie con inteligencia y honestidad pueda y quiera ser escuchado o valorado.

EMC, que veía en la Carta de Derechos Humanos de la ONU una sublime apuesta por la medianía o que consideraba la televisión como una ventana abierta al mundo y a los mediocres ciudadanos como consumidores mediocres de cultura y bienestar producto de la insoportable mediocridad del Estado Democrático, con la cual era tan bonito ironizar como hace el autor en el año 2000, vivía en otro mundo que el nuestro. Ahora, la actualidad, no menos mediocre que antes pero en proceso de hundimiento como Venecia, es motivo de perplejidad e inquietud para sus usuarios y de oportunidad para los oligarcas que potencian el populismo autoritario de Podemos, para mejor apretar las tuercas al personal con su zombiesca cooperación. Pero no lo dudéis, antes o después, quizás en el contexto de una nueva guerra en suelo europeo o cercano, advendrá la restauración violenta del sentido común mínimo. Como ya ha ocurrido y seguirá ocurriendo en todas la naciones, y ocurrirá en el planeta entero si se hiciese necesario, cuando los astros estén en la posición adecuada.

La Ciudad Ideal, y con esto termino, nace de una incapacidad para entender lo que significan las utopías que no son susceptibles de interpretación literal, ni de aplicación “práctica” ayuna de su contexto simbólico. Lo utópico renacentista tiene una raíz mistérica e iniciática, la Utopía misma es un símbolo hermético. El ouroboros no está ahí para ser sustituido por el careto de un mentecato egocéntrico instrumentalizado por fuerzas oscuras.

Utopía sin polis, como señala Federico González, no encarnación monstruosa de desatinos subjetivos y ambiciones usurpadoras inconfesables: La Utopía es un espacio distinto, un mundo invisible situado en un eterno presente. Por eso debe proyectarse hacia el futuro, como algo a conseguir, o hacia el pasado: una edad feliz, el paraíso terrenal, la Tradición.

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