El Butano Popular

Librepensamiento y explicaciones

Comportamientos modernos

Magda Bonet Cancionero moderno— 13-10-2014

Como se había criado envuelta de gente que se relacionaba con aquella actitud paternal, la mar de fea y humillante, cargada de ironía, distante y en muchos casos mal intencionada, que establecen los seres que se creen superiores o tratan de afirmarlo para preservar el susto que les da haberse conocido y lo tanto que tienen que esconder, ella se puso justo del otro lado.

Porque toda su niñez la vivió inmersa en una farsa, con las mentiras piadosas y los faroles de sus mayores, meras cortinas de humo, donde se hablaba de ética y moral a troche y moche como quien habla del precio de las cosas, ella decidió vivir acorde a la VERDAD, así, en mayúsculas. Pero lo contrario de la mentira piadosa (impía, sería decir lo correcto) no es la verdad brutal, la que brilla, fija y da esplendor, la que ciega al que tienes delante. Y eso, tan cercano como la ternura o el desconsuelo que puedes sentir al contemplar pasear a un perro abandonado, no lo supo ver. La habían llenado de mala leche y a pesar de que tenía su corazoncito, porque tener corazón es algo implícito en el ser humano (menos la psicopatía irreversible) aunque sea un bombeo mensual y una lágrima en el camino, comenzó una relación con él desde el hormigueo y las manitas para desembocar en, oh, poder, la creación de un siervo. Como un bondage emocional para mentar de soslayo la pornografía.

Así me lo contó el amigo, destrozado, hecho trizas, y así lo escribo, seguramente estirando y agrandando lo que se deducía de su relato y de la psique de su chica porque me pareció que en ello veía algo que siempre me gusta constatar y constatar, que la verdad no es una (salvo casos Mato, ¿por qué no Mato?, anclándome en el devenir actual, últimas noticias) y es una montaña de hechos con muchos rostros que si tratas de desentrañar debes hacerlo con cuidado de avanzar para retroceder y pacientemente andar por muchísimos caminos. Un ir a la ermita.

Lo que me agrandó los oídos y la mandíbula, que batí y batí furiosamente mientras lanzaba sonidos guturales de momentánea satisfacción para el espíritu, fue el desencadenante, el hecho que los mandó al traste como dos juntos y los dejó, irremediablemente, a siervos de cada cual.

Resulta que la mujer, de natural subversivo en distancias cortas, disfrutaba lo suyo tocándole a él y a traición, el ombligo, y como él no lo soportaba (la grima le sigue) un día, tras el ataque, le pegó una hostia a la pared porque la tenía enfrente. Para muestra, los todavía machacados nudillos de su mano derecha, un mar de huesecitos sin rumbo fijo y sin meta.

Él, avezado en la VERDAD como norma, estado máximo y clímax total de su existencia amatoria (de tonto tiene un rato y yo también) tomó el toro por los cuernos y le dijo, vale, tía, si lo que te pone es que te casque, me lo dices y voy, lo dejo todo, pero no es preciso que me violentes.

Ay, alma incauta, desde aquél día, la margarita de su jardín se fue mustiando. Al principio, guiados los dos por la VERDAD, lo hablaron mucho, a gritos y a pedradas, pero ni uno ni otro sabían el porqué de su desafectación progresiva, no caían en la cuenta. Una gran tristeza y mucha desazón se cernió sobre ellos.

Se fueron al traste, con crisis y todo, y se decidieron a partir en dos las sartenes de la cocina, lo que habían adquirido juntos.

La rabia apareció súbita tras el apalanque y muy enfurecida, así que hicieron de las sartenes cuatro partes. Una para cada uno de ellos y las otras dos para mandar a las respectivas oenegés que les otorgaban pedigrí solidario y tan correcto.

Entre el ruido que armó el ruido y el ruido de los silencios, una noche en que ya no estaban juntos, ella le llamó por teléfono. Se ve que había escuchado varias veces una canción o había tomado alguna sustancia de guardia baja.

Le dijo que la culpa era de él al haber abordado la cuestión del ombligo traicionero de aquella forma tan cruda como lo hizo, porque si bien era cierto que a ella le molaba mucho que le diera, al nombrarlo tan pragmáticamente no le había si no asesinado el loco, dicharachero y siempre tortuoso e intransferible caminito del deseo.

Y es que me gusta que me pegues después de haberme portado mal.

La verdad, como digo, cuando es espatarrante, hiere, mata el juego y cercena los deditos que se acercan con afán y seducción hacia el juguete.

Y ahora, para lo de afuera, solo la tenemos a ella. Esto es un sin vivir.

¿Quién ha de violentarme las estructuras de poder de mi pútrida cabeza? gritaba el amigo entre lágrimas, mientras por la ventana veíamos pasar a un perro callejero.

Echamos una guinda a los vasos de mistela y así nos quedamos, bebiendo en silencio y mirando en lontananza hasta el amanecer, pero el perro no volvió y se hizo de día.

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