Imagináos que esta tiza es un diente

El Butano Popular

El piloto de Iberia de Proust

Ah, qué de par en par se me abren las esclusas del pasado ante la visión de ese piloto de Iberia uniformado de azul marino, con bandas doradas en los puños de la chaqueta y gorra de plato; ese hombre que arrastra una maleta de cuero negro con cerraduras doradas —nada de colorines, ni rastro de lonetas que se manchen con facilidad: el epítome de la profesionalidad viajera no necesita caer en esas bajezas—.

Dada la imposibilidad de olerlo como Dios manda, de catarlo con los órganos que poseemos para ello, la sola visión del que manejaba la botonadura y el palanquerío más complejos que se puedan concebir (pudimos asomarnos a su complejidad en la visita a su cabina que nos permitieron hacer de niños) me trae aromas, no de jara o lavanda, no de castañas dorándose al fuego sino de toda la gama varonil de colonias Puig: de Agua Brava (briosa como un corcel), de Azur, de… Ay, ese olor penetrantérrimo que me hablaba de triunfo y de futuro en el escenario de un país adolescente, recién salido del color gris, del unicejismo crónico.

El piloto de Iberia y su barrio madrileño, la Alameda de Osuna, donde vivía la mayoría de tripulaciones y trabajadores del aeropuerto de Barajas. Un barrio sin estación de metro propia pero, como su nombre indicaba, con álamos, con urbanizaciones de ladrillo novísimo en cuyas zonas comunes jugaban los hijos de las familias que allí se instalaban. Casi todos sus habitantes tenían cientos de horas de vuelo a sus espaldas, poseían la opción de viajar a países cuasi antípodas a precios irrisorios. Ay, quién no soñó nunca con tener un padre, o al menos un tío piloto que en lugar de calcetines llevase ejecutivos finitos azules o granates, casi como las medias de mujer; que durante la comida no hablase de Hernández Mancha ni de Alfonso Guerra, sino del fuselaje del avión, del tren de aterrizaje, de su último vuelo a Miami en el que hubo tantas turbulencias; que contestase a preguntas de sobrinos e hijos fascinados por su profesión (¿las alas del avión se mueven?, ¿qué pasa si un avión se queda sin gasolina?).

El piloto de Iberia, la encarnación del azul marino en la tierra, el mismo hombre al que hoy vemos leer El Mundo en su cabinilla minúscula mientras espera a que los pasajeros suban a aviones bautizados como “Dama de Elche”, “Cuevas de Altamira” o “Giralda de Sevilla”; el mismo que dice por el altavoz desarmar rampas y habla un inglés chapucero cuyo acento, y lo recuerdo hoy al arrimarme a su loden azul marino fingiendo un tropezón, me parecía igualito al del mismísimo Príncipe Carlos cuando charlaba con una Lady Di aún empleada de una guardería londinense. El piloto de Iberia ha muerto. ¡Viva el piloto de Iberia!

Mercedes Cebrián

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